viernes, 16 de octubre de 2020

Memorabilia

MEMORABILIA

Quédate, vida mía, con el agua,
que es tu elemento, y déjame la tierra
para mí. En cuanto al fuego, no me importa
que te lo quedes para siempre; el mío
se apagó sin remedio. Y qué decirte
del aire: pues que todo para ti,
como el sur, como el este y el oeste
(el norte es mío, no hay que darle vueltas,
te guste o no te guste). Y del bikini
amarillo, comido por las moscas,
que tanto me gustaba, no se hable
más: se viene conmigo, a mi museo
de residuos, junto al esparadrapo
que te puse en la boca aquella vez
en que decías la verdad, la máscara
de negrita zumbona, el abanico
con que te protegías del calor
que hacía en el infierno, la sonrisa
feliz y tonta que le arrebataste
a tu oso de peluche y la uña rota
que me diste una noche de tormenta.
Sólo quiero esos míseros despojos
después de la batalla. Y que la nieve
me cubra con su manto, hecho de olvido.
Y que el silencio eterno me ilumine.

LUIS ALBERTO DE CUENCA

lunes, 10 de febrero de 2020

Del Martini al meconio

Oí decir que las mujeres viven la maternidad desde que se quedan embarazadas. Pero que, para asumir la paternidad, los hombres necesitan ver al niño ya nacido. De hecho, algunos no lo aceptan ni aparecen hasta que el chaval gana su primer Roland Garros. Algo hay de cierto. Durante el embarazo de Romina, cuando nos hacíamos la broma de que por fin tenía una novia con más barriga que yo, ella hablaba a alguien que todavía no existía, le ponía música clásica para sosegarlo, acercaba el vientre al televisor para comprobar si reaccionaba a los goles, y hasta creía que las patadas eran una suerte de código Morse que permitía la comunicación. En cambio, yo hacía planes de viajes para los meses siguientes y luego me sentía culpable por no haber recordado que para entonces estaríamos anclados por un recién nacido que, a diferencia de las plantas, no podría confiarse a alguien que lo regara. Romina había hecho una mutación psicológica de la que emergieron una determinación a la espera y cierta trascendencia más allá de sí misma, de las pequeñas miserias personales que ya no importaban. Yo me hacía el remolón para paladear todavía un ratito la más infantil concepción de la libertad: aquélla según la cual ninguna decisión afecta a nadie salvo a uno mismo, aquélla en la que puedes declararte disponible para lo que venga, para los tam-tams que llaman a lo azaroso. Un hijo es decir no y quedarte cuando antes decías sí y te ibas. Aún tenía que descubrir que de semejante fijación saldría una mejor versión de mí mismo: cimiento sobre el cual proyectar cosas que perduren. Tampoco ver nacer a Luca me bastó para sentirme padre. No inmediatamente, al menos. Las contracciones comenzaron a las cuatro de la mañana. Y, en vez de dejarnos arrebatar por el zafarrancho de parto, calculamos por los minutos transcurridos entre una y otra que aún podíamos dormir en vez de abocarnos a esperar en el ambiente hostil, gélido, de una sala de hospital. Ya allí, Romina aguantó el dolor como si le hubieran dado un trago de whisky y un trozo de cuero para morder durante la extracción de una bala en un western. En el paritorio, ubicado detrás de Romina, yo sólo pensaba en controlar las emociones ante extraños por pudor, y me fijaba en los rostros del médico, de la matrona y de las enfermeras porque creía que, si algo salía mal, alguna expresión torcida les delataría. Vi los fórceps, como una prótesis de Robocop, y pensé en eso: en que parecían una prótesis de Robocop, no en que pudieran dañar al niño. «Es muy rubito», dijo alguien. Y entonces apareció Luca, amoratado, con la cara arrugada y aplastada como la de un cachorro de Shar Pei, pero no me sentí padre. Me lo pusieron en los brazos, lloroso, y le busqué defectos, mutilaciones, manchas con la forma de Australia o del ratón Mickey, pero no me sentí padre. Lo tuvo Romina cobijado en el pecho, le habló en un tono amistoso, ligero, sin excesos emotivos, y no me sentí padre. Desfiló por la habitación toda la familia buscándole parecidos, y no me sentí padre. Le pusieron manoplas para que no se arañara y un gorrito para que no se enfriara, mamó por primera vez, y no me sentí padre. Hice infinidad de llamadas para dar la noticia, muchas de ellas a la Argentina, y no me sentí padre. Llegaron flores, compré hamburguesas en un Vips y una tarjeta para el televisor, me trajeron una bata y un neceser para asar la noche, confirmé al periódico que cubriría la sesión parlamentaria dos días después, y no me sentí padre. Me sentí padre por primera vez cuando, ya desaparecías las visitas, oscurecido el día, vinieron para llevarse a Luca al nido. Una enfermera empujó su cuna y, como debía entrar en otra habitación para recoger a otro recién nacido, dejó a Luca solo, abandonado en mitad del pasillo, a merced de cualquier orco o leopardo que pasara por ahí. Y fue esa indefensión del niño incapaz todavía de reñir sus peleas, de mi hijo, la que avivó un hondísimo instinto de protección por el que me abofeteó el descubrimiento de que era padre. Me enteré yo, y también la enfermera que a altas horas de la madrugada hubo de explicar a un tipo en bata que o hacía falta que montara guardia en la puerta del nido, «no hay orcos, no hay leopardos, y usted también debe descansar». El primer mes en casa de un recién nacido es un excelente motivo para preguntarse dónde está Zihuatanejo, aquel pueblo mexicano donde el Tim Robbins de Cadena perpetua creía que nadie le buscaría jamás. La situación no sería tan estresante si no incluyera la obligación de mantenerlo vivo. Cada tres horas, suena el llanto de una alarma como la de la cuenta atrás de Lost. Se acabó dormir, para siempre, porque incluso en los meses siguientes uno descubrirá que no es ya capaz sino de un sueño superficial, de garita, que permita atender el llanto. Hoy en día, incluso cuando duermo a cientos de kilómetros de Luca, salto en la cama si rechina la bisagra de una puerta en otra planta del hotel. Para las parejas primerizas, la experiencia sólo puede acarrear dos consecuencias: o las destruye, o las amarra con ligazones nuevas, más fuertes que las anteriores, cuando quererse consistía en esperarse delante de un cine o en decir qué guapa estás antes de salir a cenar, y no en aprender juntos a introducir un supositorio en el culo de un bebé al que torturan los cólicos y el estreñimiento mientras el reloj avisa de que apenas faltan unas horas para ir a la oficina. Quién nos habría dicho que los dedos de sostener Dry Martinis acabarían manchados de meconio, y que no importaría, que no habría por ello nostalgias de otra vida. Quién nos habría dicho que el sosiego repentino de un niño insomne que se acurruca junto a tu piel entregándose contendría muchas más emociones que todos esos viajes postergados, que todas las promesas del tam-tam. Y así, con cada expresión nueva descubierta en su rostro, con el primer paso, la primera sonrisa, sus primeros brazos tendidos en bienvenida cuando llegas a casa, las primeras veces que es capaz de jugar y de reír a carcajadas una gracia. Y no sigo porque ya dije que el pudor me impide sentir ante extraños, y ustedes lo son. Hay hombres impermeabilizados a los que no cambia una experiencia intensa. No soy uno de ellos. Luca me ha cambiado, ha espantado ansiedades y búsquedas heredadas de los afanes encontrados en las lecturas. No me importa sentir que para mí ya es tarde para muchas cosas, porque las hará él y, por delegación, las haré a través de él. Salgo de las librerías con colecciones completas de Corto Maltés, de Astérix, de Tintín, que permanecerán un tiempo largo empaquetadas, hasta que él pueda hacer sus primeros descubrimientos de lector. Me preparo para sus preguntas, me esfuerzo por ser mejor, excelente, por si acaso en el futuro le da por tomarme como ejemplo. Encima se me parece muchísimo, por lo que veo en él un yo sin estropear, con todas las posibilidades intactas, que me ha prolongado el ciclo vital como si mi resurrección ya hubiera ocurrido. Siento admiración anticipada por el espectáculo que será su juventud, por los mínimos esbozos de personalidad que me permiten intuir en él a un tipo que vivirá con gozo y al que ya tengo ganas de contarle cuánto de hermoso le aguarda. Que salga a vivir, algún día, sabiendo que cualquier rescate estará a tan sólo una llamada de teléfono. Que sea un hombre con códigos del que nadie pueda decir que falló como amigo. Ya iremos viendo todo eso. Ya lo iremos hablando. Lo que pido es tiempo para acompañarle al menos un trecho largo de su camino vital, como espectador y como cómplice. Porque, de todas las sensaciones nuevas que me ha inoculado Luca, la peor es la hipocondría. Por primera vez en mi vida, temo morir. Me siento obligado a permanecer aquí al menos 25 años más, los que él pueda necesitarme, y en eso no quiero fallarle. Mi hijo no ha de ser lo que yo fui: un adolescente enfadado con el mundo porque se le murió el padre demasiado pronto. Voy a dejar de fumar. 19/03/2010 - David Gistau
D.E.P. David Gistau (19 de junio de 1970 - 9 de febrero de 2020)

martes, 29 de noviembre de 2011

El nuevo arte y La Ilíada

Abrir un libro de José Ortega y Gasset es siempre empezar un viaje: nunca volverás a estar en el mismo sitio que habías estado. Su lectura es una lectura de preguntas, es una aventura del pensamiento, de remover cimientos y de descubrimiento. Pues bien, el otro día empecé a leer un libro suyo que recogía textos póstumos, alguno de ellos no publicado, otros versiones casi definitivas, etc. El primer texto del libro fue uno escrito para clausurar una exposición de nuevos pintores que había tenido lugar en Barcelona. El texto trataba sobre las reacciones que los críticos y la gente en general tenía hacia las nuevas vanguardias y lo que significa que una obra guste o no y si realmente no gusta porque no se entiende, circunstancia ésta que muchas veces se manifiesta por el grito o por el insulto hacia la obra o hacia el artista. Citar algo del texto lo infravalora porque, aunque sólo son dos o tres páginas, está muy concentrado. Pero no me he podido resistir a destacar y rescatar un fragmento de éste en el que habla sobre La Ilíada de Homero.

[..]Y no se diga que el arte difícil y distante es propio de las decadencias. Esto es una bobada. La poesía europea comienza con La Ilíada. Pues bien, ¿se cree que el pueblo de Atenas entendió nunca sin enormes dificultades el ilustre poema? Tan no lo entendía fácilmente que ni siquiera entendía el idioma en que estaba compuesto y que no era el ático. Pues se me dirá que al menos el pueblo en cuyo idioma se compuso La Ilíada lo entendería fácilmente. Y yo responderé que el idioma de La Ilíada no lo ha hablado nunca pueblo alguno, sino que era -nótese bien- un lenguaje inventado por los poetas épico de Jonia. Díganme ustedes qué denuestos no caería hoy sobre un poeta que se distancia del público hasta el punto de inventar para sí y sus fines un idioma privado en el cual tallar su poesía[..]

martes, 12 de octubre de 2010

La Inmortalidad

LA INMORTALIDAD

LUIS GARCÍA MONTERO

Nunca he tenido dioses
y tampoco sentí la despiadada
voluntad de los héroes.
Durante mucho tiempo estuvo libre
la silla de mi juez
y no esperé juicio
en el que rendir cuentas de mis días.

Decidido a vivir, busqué la sombra
capaz de recogerme en los veranos
y la hoguera dispuesta
a llevarse el invierno por delante.
Pasé noches de guardia y de silencio,
no tuve prisa,
dejé cruzar la rueda de los años.
Estaba convencido
de que existir no tiene transcendencia,
porque la luz es siempre fugitiva
sobre la oscuridad,
un resplandor en medio del vacio.

Y de pronto en el bosque se encendieron los árboles
de las miradas insistentes,
el mar tuvo labios de arena
igual que las palabras dichas en un rincón,
el viento abrió sus manos
y los hoteles sus habitaciones.
Parecía la tierra más desnuda,
porque la noche fue,
como el vacío,
un resplandor oscuro en medio de la luz.

Entonces comprendí que la inmortalidad
puede cobrarse por adelantado.
Una inmortalidad que no reside
en plazas con estatua,
en nubes religiosas
o en la plastificada vanidad literaria,
llena de halagos homicidas
y murmullos de cóctel.
Es otra mi razón. Que no me lea
quien no haya visto nunca conmoverse a la tierra
en medio de un abrazo.

La copa de cristal
que pusiste al revés sobre la mesa,
guarda un tiempo de oro detenido.
Me basta con la vida para justificarme.
Y cuando me convoquen a declarar mis actos,
aunque sólo me escuche una silla vacia,
será firme mi voz.
No por lo que la muerte me prometa,
sino por todo aquello que no podrá quitarme.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Julio Cortázar - Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

jueves, 4 de junio de 2009

Cerrado Por Derribo

¿Qué tiene Joaquín Sabina? No lo sé, siempre me provoca sentimientos encontrados: odio y simpatía. Ha vivido mucho y mucho ha tenido que sufrir también. Es bueno en lo que hace y lo sabe, retrata sentimientos que nos gustaría no sentir, por ser desagradables, pero que nos ayudan a ser personas, nos dan una ración de humanidad y una cura de humildad. Golpea donde duele, devuelve el sabor amargo de una mala digestión a la boca y siempre volvemos a por más. No sé si es masoquismo o penitencia, es quizá un intento de trascender, de ir más allá de nosotros para comprender y así volver a nuestro cuerpo habiendo aprendido la lección que tanto nos cuesta asimilar. Intentar ser mejores y devolver la capacidad de sorpresa, las ganas de vivir y de disfrutar. Aquí os dejo la catarsis nuestra de cada día.


Introducción:
Les presento a mi abuelo bastardo, a mi esposa soltera,
Al padrino que me apadrinó en la legión extranjera,
A mi hermano gemelo, patrón de la merca ambulante,
A mi tío el marino que tuvo un sobrino cantante,
Al putón de mi prima Carlota y su perro salchicha,
A mi chupa de cota de malla contra la desdicha,
Mariposas que cazan en sueños los niños con granos
Cuando sueñan que abrazan a Venus de Milo sin manos
Me libré de los tontos por ciento, del cuento del bisnes,
Dando clases en una academia de cantos de cisne.
Heredé una botella de ron de un clochard moribundo,
Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.

Esta sala de espera sin esperanza,
Estas pilas de un timbre que se secó
Este helado de fresa de la venganza
Esta empresa de mudanza
Con los muebles del amor

Esta campana mora en el campanario,
Esta mitad partida por la mitad,
Estos besos de Judas, este calvario,
Este look de presidiario,
Esta cura de humildad.

Este cambio de acera de tus caderas,
Estas ganas de nada menos de ti
Este arrabal sin grillos en primavera,
Ni espaldas con cremalleras,
Ni anillos de presumir.

Esta casita de muñecas de alterne
Este racimo de pétalos de sal
Este huracán sin ojos que lo gobierne
Este jueves, este viernes
Y el miércoles que vendrá

No abuses de mi inspiración,
No acuses a mi corazón
Tan maltrecho y ajado
Que está cerrado por derribo.
Por las arrugas de mi voz
Se filtra la desolación
De saber que estos son
Los últimos versos que te escribo,
Para decir “condios” a los dos
Nos sobran los motivos.

Este nido de pájaro disecado
Este perro andaluz sin domesticar
Este trono de príncipe destronado
Esta espina de pescado
Esta ruina de Don Juan.

Esta lágrima de hombre de las cavernas,
Esta horma del zapato de Barba Azul,
Qué poco rato dura la vida eterna
Por el túnel de tus piernas,
Entre Córdoba y Maipú.

Esta guitarra cínica y dolorida
Con su terco knock knocking´on heaven´s door,
Estos labios que saben a despedida
A vinagre en las heridas
A pañuelo de estación

Este ladrón aparcado en tu toga
La rueca de Penélope en Luna Park
Estos celos que saben que te desnudan
Esta caracola viuda
Sin la pianola del mar

No abuses de mi inspiración,
No acuses a mi corazón
Tan maltrecho y ajado
Que está cerrado por derribo.
Por las arrugas de mi voz
Se filtra la desolación
De saber que estos son
Los últimos versos que te escribo,
Para decir “condios” a los dos
Nos sobran los motivos.

lunes, 4 de mayo de 2009

Alfie - Burt Bacharach

El otro día, por casualidad, vi este vídeo. Estaba buscando canciones de Burt Bacharach y entre los vídeos que vi, había uno en el que salía Burt Bacharach presentando una canción. Se trataba de la canción de Alfie. Sabía que existía una película que se llama Alfie, y una canción que se llama Alfie y que formaba parte de la banda sonora, pero nunca me había parado a escucharla. Después de la presentación tan sincera y emocionada que hace el compositor, diciendo que es su favorita entre todas las que ha compuesto y de la que más orgulloso se siente, además de alabar el gusto del letrista, Hal David, diciendo que es la letra más bonita que ha escrito, más aún, la letra más bonita jamás escrita. Después de todo eso, se pone a cantarla en solitario, acompañandose con el piano. Es la primera vez que le he visto cantar una canción en solitario. No tiene una gran voz, pero el mensaje y el sentimiento llega. No hace falta ser un Caruso para transmitir, hay gente que hace música hasta con dos piedras. Pues bien, como me ha gustado tanto la versión como la música y la letra, he querido compartirla con el/la que quiera verla y oírla. Pongo una traducción aproximada de la letra para aquél o aquélla que no entienda el inglés.
What's it all about, Alfie?
Is it just for the moment we live?
What's it all about when you sort it out, Alfie?
Are we meant to take more than we give
or are we meant to be kind?
And if only fools are kind, Alfie,
then I guess it's wise to be cruel.
And if life belongs only to the strong, Alfie,
what will you lend on an old golden rule?
As sure as I believe there's a heaven above, Alfie,
I know there's something much more,
something even non-believers can believe in.
I believe in love, Alfie.
Without true love we just exist, Alfie.
Until you find the love you've
missed you're nothing, Alfie.
When you walk let your heart lead the way
and you'll find love any day, Alfie, Alfie.

en castellano (aproximado):
¿De qué se trata, Alfie?
¿Es sólo por el momento en que vivimos?
¿De qué trata cuando lo pones en orden, Alfie?
¿Estamos hechos para tomar más de lo que damos
o estamos hechos para ser buenas personas?
Y, si sólo los tontos son buenos, Alfie,
entonces me imagino que es sabio ser cruel.
Y, si la vida pertenece sólo a los fuertes, Alfie,
¿qué darás a una vieja regla de oro?
Tan seguro como creo que hay un cielo arriba, Alfie,
sé que hay mucho más,
algo en lo que hasta los no creyentes pueden creer.
Creo en el amor, Alfie.
Sin amor verdadero simplemente existimos, Alfie.
Hasta que no encuentras el amor no te das cuenta
de que no eres nada, Alfie.
Cuando andes, deja que el corazón te guíe
y encontrarás el amor algún día, Alfie, Alfie.